Una
vez en la planta baja, caminó hacia la torre donde se hospedaba su hermano. Por
suerte, no le hizo falta salir al exterior, gracias a un pasillo interior que
conectaba ambas torres. No había ni un alma por allí y los criados ya habían
apagado casi todas las luces, salvo aquellas antorchas colgadas en soportes de
hierro enganchados con remaches en las paredes; pero lo que más extrañó a Lady
Ayleen fue que, cuando alcanzó el vestíbulo de entrada a la torre, no halló
rastro alguno de los guardias de su hermano. Las puertas estaban a medio abrir,
como si alguien hubiera entrado o salido a toda prisa, y en el suelo había huellas
húmedas de pisadas, tanto hacia dentro como hacia el exterior de la torre.
—Por
todos los dioses... —murmuró. El corazón le empezó a latir con desenfreno—. ¿Qué
ha podido pasar aquí?
Aquello
no le gustaba en absoluto, y quizás lo más sensato habría sido regresar a su
torre en busca de unos cuantos guardias. En lugar de eso decidió seguir adelante.
En las escaleras había las mismas huellas mojadas que en el pasillo, lo más
seguro a causa de la nieve derretida que se desprendió de la suela de las botas
de alguien. Cuando estaba cerca del último piso, intentó captar algún sonido procedente
del interior de los aposentos de su hermano, pero solo percibió silencio.
«Es
como si estuviera durmiendo; pero entonces, ¿por qué están las luces encendidas?».
Decidió salir de dudas, así que siguió caminando con las tripas hechas un ovillo.
La puerta de los aposentos privados de su hermano estaba entreabierta. Observó
que las pisadas mojadas seguían hacia el interior de la estancia.
—¿Hay
alguien aquí? —preguntó, sin obtener respuesta.
Armándose
de valor, empujó la puerta y cruzó el umbral con lentitud. El recibidor estaba vacío,
al igual que la habitación que seguía a continuación. En la chimenea ardía el
fuego, y la mesa donde se sentaba su hermano para trabajar estaba cubierta de
pergaminos, libros andrajosos y algún que otro viejo mapa. La silla, que estaba
demasiado separada de la mesa, una carta con la letra de su hermano a medio
terminar, y una pluma dentro del tintero abierto, le indicaban que Varian había
estado allí recientemente, y que tuvo que marcharse a toda prisa.
«Quizás alguien vino a buscarlo con algún problema —pensó, intentado tranquilizarse—.
Algo sin importancia; pero entonces, ¿por qué se ha marchado sin siquiera
terminar la carta, ni cerrar el tintero?»
Castillo de Hrein |
Fragmento del capítulo 27 (Una alianza inesperada) de Leyendas de Erodhar 01 - La Vara de Argoroth. Puedes descargar el prólogo y los cuatro primeros capítulos, gratis, en este enlace: http://laforjadeleyendas.blogspot.com.es/2015/07/capitulos-gratuitos-de-mis-dos-novelas.html
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