(...) Cuando los cuernos enemigos
sonaron, un grupo de pájaros emprendió el vuelo, y de repente Valiant fue
consciente del aire frío que llenaba su pecho y de los latidos frenéticos de su
corazón. Los jinetes habían incrementado el ritmo de su galopada y de un
momento a otro estarían al alcance de las flechas, así que agarró un proyectil
y lo colocó en la cuerda. Echando un vistazo breve por encima del hombro, vio
que los demás también estaban preparados para entrar en combate, aunque en la vanguardia
la fila de enemigos aún estaba lejos.
—No
desperdiciéis una flecha si no tenéis un buen ángulo de tiro —escuchó decir a
Galadoriel. La elfa dobló la resistente y flexible madera de su arco élfico
para colocar la cuerda—. Y escondeos detrás del árbol después de cada disparo para
recargar.
—Así lo haré
—asintió Lady Ayleen; estaba pálida como un fantasma, pero Valiant sabía que el
miedo que sentía no era por ella, sino por sus hijos, que en aquel momento
estaban escondidos tras un árbol, con cuatro personas alrededor para
protegerlos.
«Cuatro personas
son pocas para una madre —pensó Valiant—. Y más cuando los enemigos son cien.»
Un par de
jinetes asomaron entre los árboles a menos de cincuenta metros de distancia.
Nada más verlos alzó el arco, lo tensó y apuntó. Darle a un blanco en
movimiento nunca resultaba fácil, todo el mundo lo sabía, pero la clave estaba en
concentrarse, controlar la respiración y esperar el momento adecuado para soltar.
De modo que aguardó pacientemente hasta que...
El asta siseó de
manera sonora al liberarse de la cuerda. El proyectil voló como un destello
fugaz y fue a parar al hombro de un enemigo. Aunque no era una herida mortal,
por la velocidad a la que iba el soldado la embestida de la flecha le desequilibró
y le hizo caer de su montura, rompiéndose el cuello contra un árbol cercano. De
inmediato Valiant agarró otra flecha y volvió a disparar. Esta vez tuvo más
suerte y la saeta fue a parar en el cuello del otro jinete enemigo. Sus
ballesteros respondieron enviando una ráfaga de dardos en su dirección, así que
Valiant se escondió tras el árbol para colocar otra flecha en la cuerda. Oyó los
proyectiles golpear de manera violenta la corteza del árbol, y aprovechó el
momento para echarle un vistazo a Lady Ayleen y Galadoriel.
La señora de
Sindoria había hecho un disparo certero que tocó blanco a más de cuarenta
metros de distancia; pero después hizo un segundo disparo en el que se
precipitó demasiado, y la flecha falló por centímetros. El soldado al que había
fallado darle echó mano de su ballesta y estuvo a punto de dispararla; pero,
por suerte, Galadoriel lo abatió con un disparo certero que le atravesó un ojo.
Valiant no manejaba nada mal el arco, aunque no era precisamente su arma
favorita, pero Galadoriel era una tiradora ejemplar que había aprendido el arte
de la arquería desde pequeña. La elfa no había fallado ningún blanco hasta el
momento, y por cada flecha que ellos disparaban, ella disparaba tres, todas
igual de certeras y mortíferas.
«Nunca dejará de
impresionarme la facilidad y el modo con que maneja el arco», se dijo a sí
mismo Valiant. Una vez tuvo preparada la flecha en la cuerda, salió de detrás
del árbol y buscó con la vista otro objetivo. Divisó cinco jinetes avanzando
por el flanco derecho, dando voces y agitando sus espadas en el aire, mientras
se cubrían el pecho con escudos redondos de cuero negro endurecido, con bordes
y tachones de hierro.
«Estos son más
inteligentes», pensó Valiant mientras los observaba acercarse poco a poco. Al
cubrirse con sus escudos, los jinetes dejaban un blanco demasiado pequeño a la
vista, en algún lugar a la altura del cuello, de modo que había muchas menos
probabilidades de dar en el blanco. «Pero no lo suficiente.»
Valiant se llevó la pluma de ganso de la flecha
hasta la oreja, eligió blanco, apuntó y soltó la cuerda; (...)
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