(...) Los soldados que montaban guardia
en la entrada les miraron con cara de pocos amigos, y por unos segundos Valiant
creyó que les impedirían el paso; pero todo quedó en eso. Cruzaron al otro lado
del rastrillo sin problemas. Galadoriel había llamado a Fenja, que hasta aquel
entonces había estado surcando los cielos, para que se acomodase sobre su
hombro. Al pájaro no le hizo mucha gracia, pero la elfa temía por la vida de su
dracofénix, que podría ser atacado por los cientos de cuervos que sobrevolaban
el castillo en aquel momento.
—Ahora entiendo por
qué el emblema de los DeMordwell es un cuervo —murmuró Galadoriel, mientras
barría los cielos con la mirada. El batir de las alas y el graznar de los
cuervos resultaba insoportable—. Es la primera vez que veo tantos cuervos
sobrevolando un castillo.
—Están nerviosos
—observó Laurelinad—. Debe haber alguna razón para que estén tan agitados.
Hallaron la
respuesta minutos más tarde, mientras pasaban al trote junto a la enorme plaza
pública del castillo, que en aquellos momentos estaba repleta de gente y de
gritos. Estaban presentes allí por lo menos la mitad de los habitantes de
Dunhold: hombres, mujeres y niños, todos apretados alrededor de un enorme estrado
de madera construido en medio de la plaza, mirando una de las escenas más
horrorosas que uno podía imaginar. Algunos podrían haber dicho que aquello era
una ejecución pública; pero tenía toda la pinta de una masacre general.
Valiant contó a
ojo a doce ahorcados, ocho hombres atados a cepos de madera para ser humillados
por los campesinos, y una fila de por lo menos quince o veinte hombres y
mujeres encadenados, que iban de uno en uno hacía un tocón de roble viejo donde
les esperaba un verdugo corpulento con la cara tapada. El filo oscuro de su
hacha de gran tamaño estaba ensangrentado, y de vez en cuando arrancaba
pequeños destellos de luz, sobre todo cuando la alzaba para decapitar a los
condenados.
Los cuervos que
sobrevolaban agitados el castillo se habían dado un buen festín hasta el
momento con los doce desgraciados que murieron en la horca, y estaban esperando
impacientes que el verdugo terminase su trabajo para poder continuar el
banquete. Se habían comido los ojos, la lengua y la nariz de casi todos los
ahorcados. En los que tenían el busto desnudo, se podía apreciar aquellas
partes donde les habían comido la carne hasta el punto de que se podía ver el
hueso.
Algunos de los que estaban atrapados en los cepos habían tenido la mala suerte de que algún cuervo hambriento se les hubiera acercado para picotearles la cara. Al tener inmovilizadas las manos, lo único que podían hacer era gritar y suplicar a los soldados que montaban guardia alrededor del estrado para que se los quitasen de encima; pero los guardias no solo no les ayudaban, sino que encima empezaban a reír y a apostar entre ellos para ver quién perdía el ojo primero por el picotazo de algún cuervo.
(...)
Fragmento del Capítulo 16 (En misión diplomática) de
Leyendas de Erodhar 01 - La Vara de Argoroth. Puedes descargar los cuatro
primeros capítulos gratis aquí: http://cosminstarcescu.wix.com/leyendasdeerodhar#!empezar-a-leer/cogz
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