Cuenta la leyenda que eran seres gigantescos de piedra, guardianes del Gran Bosque de Erlendur y protectores de todas las criaturas que habitaban en su interior. Habían sido creados por los altos elfos de Tylis, quienes habían utilizado sus conocimientos de la magia arcana para insuflarles vida. Un regalo divino.
Durante siglos, los centinelas cumplieron su misión. La paz y la armonía reinaban en todo el norte de las Tierras del Amanecer. El mal no tenía cabida en el bosque. La vida era sagrada en su interior. Los hijos e hijas de la naturaleza servían a su madre con devoción, respetaban su magnificencia y la adoraban con fervor. Pero conforme se consumían las edades, la magia de los altos elfos se debilitó, el gran Imperio de Tylis se empezó a desmoronar y rumores sobre una profecía que auguraba la llegada de un cataclismo circulaban por doquier. Decían que esa terrible maldición, fruto de la codicia de los altos elfos, arrasaría las Tierras del Amanecer.
Se avecinaban vientos de cambio, aunque muy pocos estaban dispuestos a aceptar la realidad. Y mientras tanto las antiguas ciudades desaparecían una tras otra bajo el humo de la guerra, dejando solo ruinas y desolación, ecos de una belleza perdida para siempre y condenada a ser olvidada. Las sombras crecían, se extendían sin pudor. Thaldorim lloraba lágrimas de sangre. La sangre de los elfos de la Gran Tylis.
Y la profecía se cumplió, palabra a palabra. La furia del mar, la rabia de la tierra y la ira del cielo se desataron al unísono sobre las tierras orientales del continente de Thaldorim. Del este al oeste y del sur al norte, el cataclismo cambió la geografía y aniquiló millares y millares de vidas. Sin embargo, cuando aquella fuerza destructiva llegó al bosque de Erlendur, no pudo continuar. Los centinelas se habían posicionado a lo largo de la frontera con los brazos derechos extendidos y las palmas posicionadas hacia arriba. Llamas rojas y doradas brotaban de ellas, vestigios de una magia ancestral. Así formaron una barrera protectora que logró detener el cataclismo, lo diluyó como cenizas en el viento.
Y después del caos, volvió la paz. Pero los centinelas ya no se movían. Su vitalidad, el regalo de los altos elfos, se había consumido para siempre. Se alzaban rígidos como estatuas. Las gigantescas llamaradas que aún brotaban de sus manos quedaron como prueba de su enorme sacrificio.
En el presente, ni rastro queda ya del idílico Bosque de Erlendur. El Bosque Sombrío lo llaman, un lugar infestado de todo tipo de males y monstruos. Las gigantescas arañas de los elfos oscuros lo emponzoñan todo con su veneno y sus redes. Mas los centinelas siguen vigilantes en sus puestos, las llamaradas arden sin cesar. A su modo, aún protegen las tierras de sus antepasados.
Sir William Nomenglaus
Fragmento del libro
[...] Todos los orcos yacían muertos o sometidos por los soldados de Will, pero el caudillo seguía resistiendo. Aunque rodeado y herido, enarbolaba su mandoble junto al espantapájaros y lanzaba espadazos contra cualquiera que intentara acercarse a él.
—¡Apartaos, cobardes! ¡Dejádmelo a mí!
Un enano de larga barba nívea se abrió paso entre los guerreros. Aunque el orco descargó un potente tajo en vertical que lo habría partido por la mitad, lo esquivó sin dificultad y le atizó un golpe en un lado de la cara con el mango de su martillo de guerra. Después lo derribó, colocó bocabajo e inmovilizó contra el suelo.
—¡Ja! ¡Lo tengo dominado! —exclamó entre risas—. ¡Traed los malditos grilletes!
Los soldados se apresuraron a llenar al orco de cadenas.
—Llamadme si intenta escapar, regaré la tierra con sus sesos —amenazó el enano con su voz grave, al tiempo que tres guardias levantaban al caudillo y se lo llevaban a rastras. Sus ojos se fijaron en William y añadió mientras caminaba a su encuentro—: Ese salvaje podría proporcionarnos información sobre los planes del enemigo…
El caballero asintió.
—Le interrogaremos en cuanto regresemos a Puerto Valor.
—Quiero encargarme personalmente.
William soltó una carcajada.
—Galathor, amigo mío, si dejo al orco en tus manos morirá antes de que nos cuente algo útil.
Lejos de ofenderse, el enano también se carcajeó. Llevaba el pelo trenzado recogido en una cola de caballo y las sienes rapadas, quedando a la vista un tatuaje rojo fuego; símbolos rúnicos de Modgard.
—¿Qué puedo decir? —Abrió los brazos a los lados—. Cada uno tiene sus métodos. [...]
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Trianna y Nimue |
Fragmento del libro
[...] Comieron entre risas hasta que el tema de conversación se desvió hacia la guerra en ciernes. Lumiere compartió con los demás la historia de Dario Connrad sobre la emboscada.
—No sé cómo habrá ocurrido, pero las cosas han de estar muy negras en la frontera si todo un batallón de orcos se ha adentrado tanto en nuestro territorio —comentó Reynaldo.
El general Lumiere asintió pensativo.
—A mí me preocupa más que los orcos reúnan y organicen un gran ejército —intervino Elhendor, que había terminado de comer y bebía vino semitumbado en una pose más propia de una dama—. Mientras ataquen en grupos pequeños podemos rechazarlos.
—Tal vez pretendan distraernos con estas incursiones mientras su ejército se acerca —opinó Nimue.
Galadoriel suspiró.
—Se trate de una estrategia o no —le dio un trocito de carne chamuscada a Fenja, que descansaba sobre su hombro—, me temo que nos espera una guerra de desgaste.
—Ojalá te equivoques, son las más duraderas, sangrientas y aburridas —gruñó Barn—. Prefiero una buena batalla campal donde se decida todo. —Chocó el puño contra la palma.
—El príncipe Varian ha tomado precauciones —aseveró Lumiere—. Ha dividido nuestras tropas de tal modo que podamos defender todos los puntos de la frontera. Si los orcos traen un gran ejército, podremos reunirnos y rechazarlo.
—En mi opinión, la división del ejército es una mala idea —soltó Trianna.
El general miró a su hija de reojo. Sentada al lado, ella también había terminado de cenar y pasaba una piedra de afilar por la hoja ancha como la palma de su espadón del tipo montante. Valiant se impresionó cuando la vio desenfundar aquella monstruosidad de acero por primera vez y se preguntó cómo demonios podía levantarla con tanta facilidad.
—¿Y eso por qué? —inquirió el general con voz grave.
—Porque no deberíamos aguardar a que los orcos den el primer paso. —Encogió los hombros—. Sería mucho más sensato adelantarnos a sus movimientos e invadirlos. Obligarlos a retroceder hacia las profundidades de su árido reino.
Algunos, Barn entre ellos, se mostraron de acuerdo y así lo expresaron. A Lumiere no le gustaron los comentarios.
—El príncipe Varian nos ha traído muchas victorias —los acalló con un tono más brusco de lo normal—. Debemos confiar en su buen juicio y seguir sus órdenes.
—¿Incluso si se trata de un error?
Trianna interrumpió su faena y miró a su padre a los ojos, desafiante. Valiant observó lo mucho que se parecían. Además de la constitución física y los ojos grandes color pardo, había heredado su carácter.
Visiblemente molesto, Lumiere abrió los labios para replicar, pero Nimue se adelantó:
—Nuestro ejército no es muy numeroso, Trianna, adentrarnos en el mar de arena sería un suicidio.
La guerrera torció el gesto.
—Otro gallo cantaría si Su Majestad trajera más hombres de la capital. —Parecía dispuesta a defender su opinión hasta el final—. La Corona tenía un ejército de veinte mil hombres en Baluarte del Rey; sin embargo, el príncipe solo ha traído quinientos caballeros, cuatro mil lanceros y dos mil quinientos arqueros. Con los otros trece mil habríamos combatido al enemigo desde hace semanas en lugar de cabalgar por ahí, intentando reclutar soldados.
—¡Es suficiente, Trianna! —ladró Lumiere furioso—. Conoces muy bien la situación. El sur está en pie de guerra, sí, pero en el resto del reino también hay tensión. Los nobles están más agitados que nunca desde la enfermedad del rey. Si el príncipe no ha traído más hombres es porque tiene muy buenas razones.
La dureza de su tono daba el tema por zanjado, nadie más se atrevió a intervenir. Valiant vio cómo Trianna se mordía la lengua y volvía a centrarse en afilar su mandoble. [...]
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Wegenald, discípulo de Valanor el Nigromante |
Poco o nada se sabe sobre este misterioso y malvado personaje que se encuentra detrás del resurgimiento del Culto Oscuro, un cáncer erradicado del mundo muchos siglos atrás. Algunos rumores indican que nació en el reino de Erlendur, en el seno de una familia de nobles llamada: los Eradnarr.
Sus miembros están emparentados con los elfos renegados (también conocidos como elfos oscuros) y son famosos en el este de Thaldorim por ser grandes conspiradores y maestros en el arte del engaño. Valiéndose de anagramas y códigos secretos, ocultaban sus verdaderas identidades para ocupar altos cargos y posiciones importantes en la Corona. Se cuenta que están detrás de unas cuarenta rebeliones, de las cuales más de la mitad han desencadenado en una usurpación del trono de Erlendur. La más importante tuvo lugar en el año 1348 de la Tercera Edad, cuando, nada más y nada menos que sesenta y tres miembros de los Eradnarr ocupaban cargos importantes en el concejo privado y en la guardia del rey Eleriar, ocultos bajo identidades falsas. Ese año cayó la dinastía de los Forsjör, que llevaban más de un siglo gobernando. El trono de Erlendur fue ocupado por la casa Arrendar, que ha permanecido en el poder desde entonces. Lo interesante es que ese nombre es un anagrama, ya que, al ordenar las letras, Arrendar se convierte en Eradnarr.
De ser ciertos los rumores de que Wegenald pertenece a esta misteriosa y espeluznante familia, explicaría por qué no hay apenas información sobre su pasado.
Otras versiones indican que era un joven talentoso en las artes de la magia, hasta que el destino quiso que conociera a Valanor el Nigromante, el brujo responsable de la mayor calamidad que azotó el norte de Thaldorim en los últimos mil quinientos años: la Guerra de los Titanes. Como aprendiz de Valanor, Wegenald aprendió los secretos más terribles y mejor guardados de la magia. Además, según cuentan, el Nigromante le transmitió su obsesión por encontrar la Vara de Argoroth y los cuatro tomos que escribió el mítico hechicero tenebroso, donde ha dejado constancia de todos sus conocimientos.
Fragmentos del libro
[...] Una sensación placentera se fue apoderando de él. Sentía su cuerpo lleno de energía. Los brazos se balanceaban al son de sus zancadas por un corredor débilmente iluminado.
La antiquísima madera del suelo crujió y se vio obligado a contener su ímpetu para no revelar su presencia. Comenzó a deslizarse con sigilo, como una serpiente a punto de abalanzarse sobre su presa. El pasillo terminaba en una pared, pero antes había un montón de puertas de madera a los lados. En las cuatro primeras solo encontró salas vacías. Aun así, no se perturbó. Su objetivo estaba en algún lugar cercano, lo percibía.
«Detrás de la próxima puerta», se repetía mientras se dirigía a la siguiente.
Una a una, echó un vistazo en todas las estancias, con el mismo resultado decepcionante. Le entraron dudas.
—¿Es posible que me engañaran? ¡¿Acaso han sido tan estúpidos como para engañarme?! —murmuró irritado, con una voz que no le pertenecía.
Un leve sonido procedente de algún lugar de la casa captó su atención. Miró en derredor conteniendo la respiración, pero no se repitió.
A punto de marcharse, la vio al fondo del corredor: una puerta de madera, idéntica a las demás, donde antes había solo una pared. Se dirigió hacia ella preguntándose cómo la había podido pasar por alto. La respuesta fue obvia al notar el aire diferente, cargado de una energía fuera de lo común.
«Es magia», pensó sonriente. Eso lo explicaba todo. La magia era capaz de cosas inimaginables, lo sabía mejor que nadie. Ocultar puertas no estaba al alcance de cualquiera, pero… él debería haberlo notado. ¿Acaso la magia no era su mayor aliada?
—También puede ser la aliada de mis enemigos —se recordó.
Agarró el pomo oxidado, apretó con fuerza y lo giró. La puerta se abrió con un largo chirrido y todo se aceleró. Una silueta se movía entre las sombras que proyectaban grandes estantes cargados de telarañas y libros antiquísimos. Pronunció las palabras antes de que se alejara y la atrapó con facilidad. Pero algo extraño pasó cuando un contrahechizo le tomó por sorpresa. Notó una presencia que intentaba penetrar en su mente. Acometía de manera violenta contra los escudos que invocaba para ocultar sus mayores secretos.
—No soy fácil de someter… —murmuró con cierto esfuerzo—. Por tu bien, es mejor que desistas…
Pero ese malnacido ignoró su consejo y usó el hechizo del control mental con más ahínco. Su cabeza comenzó a dar vueltas, como si se moviera en círculos a gran velocidad. Cada vez le costaba más frenar la conciencia del otro, impedir que se apoderara de él.
Comprendió que era una batalla inútil, que solo servía para debilitarlo. La única forma de defenderse era contraatacando del mismo modo.
Así lo hizo. Murmuró el conjuro y los roles cambiaron al instante, era su consciencia la que luchaba para penetrar en la del hombre cuya silueta apenas vislumbraba en medio de la oscuridad.
—No te resistas, no estás a mi altura…
De nuevo, hizo oídos sordos. Aquello lo enfureció, odiaba que no le obedecieran.
—Ahora verás… A diferencia de ti, mago mediocre, yo soy capaz de emplear varios hechizos a la vez.
La llama prendió en su mano, viva y letal. Su luz azul iluminó la cara del anciano cuando la proyectó contra él. Sus alaridos retumbaron en la estancia al tiempo que la resistencia desaparecía y se apoderaba de su mente. Entonces la imagen cambió ante sus ojos. Se veía a sí mismo desde el suelo, distorsionado por las llamaradas y el humo que rodeaba su cuerpo. Pese a que no era su propia carne la que se calcinaba, notaba un dolor terrible. Sintió mucho miedo y una idea ajena sobre la muerte se empezó a repetir en su mente, como un eco lejano.
—Sí, vas a morir —se regocijó ante sus pensamientos—, pero antes me quedaré con tus secretos. ¡Muéstrame a Tyraen! ¡Revélame dónde se oculta tu hermano!
El tormento se volvió insoportable y... [...]
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Valiant Wedford |
Nació a principios del verano del año 1432 de la Tercera Edad, en la ciudad de Haddaras. Es el hijo de un alderino llamado Wendell Wedford y una cazadora elfa de la casa Reiryn. A pesar de ser un semi-elfo, no posee ninguna característica física que le relacione con los tyr´anar. Su aspecto es el de un hombre del sur, de tez ligeramente morena, cabello castaño oscuro y estatura alta (1.90 m aprox.).
En el hombro derecho posee una marca de nacimiento que tiene la forma de un fénix rojizo con las alas extendidas a los lados. Aquello le ha intrigado desde siempre, ya que parece un tatuaje bastante elaborado, pero no hay ni rastro de tinta bajo la piel. Su padre le comentó en cierta ocasión que algunas personas nacían con ese tipo de estigmas y era responsabilidad de cada uno averiguar su significado y propósito porque, a menudo, profetizaban su destino.
Su infancia y parte de su adolescencia la pasó en Haddaras. Su padre era un soldado que se ganaba la vida como cazador, así que le enseñó desde pequeño a empuñar la espada. A los diecisiete años se vio obligado a abandonar las tierras de su madre para marcharse a vivir en la ciudad alderina de Gromhildar, donde Wendell había encontrado un empleo estable como espada a sueldo para el rico, famoso mercader y respetado maestro de justa: Edwin Stockdale. Pese a echar de menos el lugar donde nació, Valiant se acomodó a la vida de la urbe y no tardó en hacer algunos amigos. Por desgracia, su padre fracasó en uno de sus trabajos, provocando que Stockdale perdiera una gran cantidad de mercancía y, por consiguiente, de oro. Con el fin de conseguir el dinero que debía al maestro de justas, Wendell se vio obligado a alistarse en el ejército de Aldaeron y luchar en la guerra contra los orcos de Khoradmar.
Valiant, entre tanto, permaneció con Edwin como garantía de que Wendell regresaría con el oro. Bajo su tutelaje perfeccionó sus habilidades con la espada y aprendió a empuñar un arma nueva: la lanza de justa. Cuando su padre falleció en la guerra, antes de poder reunir todo el dinero que debía, Valiant heredó la deuda y empezó a participar en diversos torneos de justa para saldarla y recuperar su libertad.
Con el paso del tiempo adquirió cierta fama. Su mayor logro fue haber ganado el torneo de Andorath, celebrado en el verano del año 1456, en honor al cumpleaños del príncipe Varian Nomenglaus.
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Galadoriel |
Es una elfa del bosque, hija del caballero Elthorn, de la casa Esscara, y lady Lodriel, de la prestigiosa casa Galad Itriel —la más antigua del Consejo del Árbol Sagrado—, de cuyos miembros se dice que descienden de los antiguos tylisios.
Nació a mediados de la primavera del año 1431 de la Tercera Edad y es la menor de cuatro hermanos: Italnar, Elae y Eüwriel. Pasó su juventud en Haddaras, donde conoció a Valiant. Es una cazadora y rastreadora nata, posee una gran afinidad con los animales —algunos dirían que casi mágica— y conoce los bosques mejor que nadie, lo que la convierte en una gran exploradora. A los diecinueve años, su madre quiso casarla con un respetado y rico caballero de la Guardia del Árbol Sagrado, pero ella se negó y, al intentar obligarla, decidió marcharse de Haddaras en busca de aventuras.
Se estableció durante algunos meses en la ciudad de Therrodar. Participó en varios conflictos contra las dríades de Zagrakkar como arquera y se hizo famosa entre los soldados del alto señor Eliar. En un viaje al Bosque de Fargir, fue herida en una emboscada y capturada por la Hermandad del Sable, un grupo de mercenarios y salteadores elfos. Estuvo varias semanas en cautividad, hasta que fue rescatada por el caballero elfo de la Guardia de Honor, Elhendor, y por la guerrera de los Hermanos del Hacha, Trianna, con quienes entabló amistad. Gracias a ellos se unió al ejército de la corona de Aldaeron para servir como exploradora.
En el año 1452 de la Tercera Edad le compró a un mercader de Hamath a la dracofénix Fenja, un hermoso pájaro de plumaje llameante procedente de las Islas Esmeralda, que a partir de entonces se convirtió en su fiel compañera de aventuras.
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Thaldorim |
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Norgherland |
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Tierras del Amanecer |